24 DE OCTUBRE, DÍA DE LA BIBLIOTECA

Pregón: (de  Grassa Toro)
¡Anuncio, anuncio! ¡Vecinas, vecinos, los seres y los humanos, anuncio, anuncio!
¡Hemos descubierto la forma de transportar el tiempo! ¡Admirados protagonistas, admirables secundarios de esta realidad, somos capaces de transportar el tiempo!
Después de haber aprendido a meter manzanas en un cesto, el agua en un cántaro, el vino en un pellejo, las monedas de oro en un cofre y las cartas de amor en un sobre lacrado, hoy anunciamos en esta población que podemos llevar y traer el tiempo de aquí para allá y de allá para aquí, atravesando desiertos, mares y bosques, sin desparrame, vuelco o pérdida de la sustancia.
¡El tiempo! ¡El tiempo! ¡La señora de las dos piernas! ¡El anciano de las botas! ¡El niño que ha olvidado los pies en casa! ¡La joven de las uñas apasionadas! ¡Todos! ¡Acérquense, acérquense, acabamos de recibir un cargamento de tiempo! ¡Tomen, abran, hojeen, detengan la mirada, dispongan la voz! ¡Dos siglos de mitología griega, dos siglos! ¡Veintiséis años de modernismo!
¡Veintiséis, sí, con cisnes! ¡Disponible la segunda mitad de la Edad Media! ¡No tengan prisa, no agotamos existencias! ¡Hay para todos y siempre hay!
¡Tiempo, tiempo, ponemos el tiempo en sus manos!
¡Hemos encontrado la manera de transportar el tiempo!
¡Cambiamos uno de sus días por un año entero! ¡1927, ofrecemos el 1927 de cabo a rabo! ¡Y si queda contento, le invitamos a que se lleve el 98, y los mil ciento catorce años anteriores a 1492! ¡Tenemos tiempo de los cinco continentes, de los seis continentes, de los continentes que ustedes quieran!
¡Hemos descubierto la forma de transportar el tiempo!
¡El joven del bigote pintado! ¡La niña valiente de las trenzas! ¡La señora antigua de la peluca actual! ¡El señor calvo de solemnidad! ¡Acudan, acérquense, acudan!
¡A la biblioteca, a la biblioteca! ¡Está abierta! ¡Sin prisa, no corran, no vayan a tropezar! ¡Niños y embarazadas primero, sin prisa! ¡Tenemos libros, discos, películas, periódicos, revistas! ¡No corran, sin prisa! ¡Tenemos todo el tiempo del mundo!¡Todo el tiempo del mundo!

A todas las personas que amamos los libros nos gustan las bibliotecas porque son el vehículo que los pone a nuestro alcance y reconocemos su mérito como pacíficas y silenciosas intermediarias entre los libros y los lectores.
¡Ah, las bibliotecas! Desde la de Alejandría fundada por Tolomeo en el 306 A.C. que guardaba todo el saber del mundo antiguo, hasta la más modesta que funcione en el pueblo más pequeño, han sido siempre focos de cultura, lugares mágicos para atraer a los hombres al camino de la sabiduría y el mejor medio para enseñar a los pequeños lectores el mundo de sugerencias que es un libro abierto.
El tener que escribir este pregón para el Día de la Biblioteca me ha hecho investigar en el origen. De mi amor por ellas para comunicarlo a los demás, pues no todos hemos llegado a ese enamoramiento por el mismo camino.
Yo disfruté con la lectura desde que aprendí a leer. Es cierto que mi madre había abonado al terreno bastante bien llenándome los días y las noches con cuentos, romances, leyendas, fábulas, historias de la zorra y el lobo... así que el paso de la Literatura Oral a la Literatura escrita fue muy fácil. Inicié mi propia biblioteca con cuentos de la editorial Losada de Buenos Aires. Valían 1 peseta cada ejemplar (hablo de comienzos de los años 50) y, aparate de los que me compraban, yo invertía en ellos cada peseta que caía en mis manos, desdeñando las chocolatinas de Nestlé que costaban lo mismo y también me encantaban. Así vinieron a mi habitación Caperucita, Pulgarcito, Barba Azul, Piel de Asno, La Sirenita, La Bella Durmiente, El soldadido de plomo y muchos otros. Más adelante llegaron Celia, Antoñita la fantástica y El Principito y después Bécquer con sus Rimas y Leyendas y tras él, los libros que había en casa, no muchos, la verdad, pero mis padres leían y tuve a mi alcance novelas históricas como El Señor de Bembibre o Ivanhoe, las de Zane Grey, algunas de Blasco Ibáñez y una Historia de España en varios tomos de color verde que me encantaba. Y así hasta hoy, acumulando libros hasta el punto de que mi casa es más bien una biblioteca en un 9° piso y las estanterías cargadas con ellos están hasta en la cocina.
¿Por qué? Porque me atraían todas las bibliotecas: la de mi colegio, la de mi barrio, la Nacional... Disfrutaba con los libros que consultaba o que leía y todo ese goce, todo ese conocimiento lo quería tener siempre a mi alcance, sin horarios ni condiciones. Aún hoy, las bibliotecas que visito como lectora o como autora, pequeñas o grandes, siguen siendo algo mágico para mí, como cuando era pequeña.
Y es que realmente la lectura es algo mágico... Es mágico leer por gusto, porque sí, porque las palabras con que se urden las historias te reclaman. Porque un libro es el único lugar donde las cosas suceden por alguna razón, donde tienen sentido y porque no hay nada mejor que disfrutar esas horas escapadas de los relojes en las que todo es posible entre sus páginas.
Hasta las personas más imaginativas tenemos la vida reducida, anclada a nuestra propia realidad. Los libros nos hacen vivir lo que nunca viviremos. Llevar en la mano un par de libros, como el ratón de nuestra ilustración, nos hace vivir otra existencia fuera del tiempo y del espacio en que nos ha tocado estar.
Por eso, una biblioteca con miles de ejemplares, nos hace vivir miles de vidas, participar en miles de situaciones, viajar por miles de países y sobre todo, nos da la posibilidad de gozar miles de horas teniendo delante sólo un horizonte de papel que nos descubre otros mundos con la magia de la palabra escrita permitiéndonos ser más felices.
Dijo Steinbeck una vez, una frase que no me gusta nada: "Por el grosor del polvo en los lomos de los libros de una biblioteca pública, puede medirse, la cultura de un pueblo". Tal vez el novelista estadounidense lo dijera con cinismo. O con razón; no lo sé. Pero yo prefiero creer que nuestras bibliotecas soportan perfectamente la prueba del algodón porque no dejamos que el polvo se amontone en sus ejemplares, porque son, centros vivos de encuentro con los libros amigos, lugares maravillosos donde se anima a leer, a descubir, a compartir las mágicas ofertas que tenemos esperándonos en los anaqueles.
Que así sea por siempre.
Ana María Romero Yebra


Ana María Romero Yebra nació en Madrid y actualmente reside en Almería. Es docente, artista plástica y poeta. Colabora asiduamente con la radio y la prensa en temas culturales y publicó varios libros de poesía.

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